martes, 26 de noviembre de 2013

Madrid

El primer poema
que quería escribir
sobre Madrid

era sobre
los amores de estación.

Los que
circulan
en el Circular,
que suben
en Moncloa
y se pierden
en Ciudad Universitaria
o siguen
hasta Metropolitano;

Los que
en el quinto día
de la semana
tienen
juernes latente
en las ojeras
que abarcan
sus cuencas.

Los que
se esconden
con cascos
más grandes
que sus orejas
y una canción
que me agrada
audible
al otro lado del vagón.

Quería escribir
sobre manifas
y asambleas,
antidisturbios
y lecheras,
la destreza
de esquivar
pelotas de goma
y los cien metros lisos
del 24 de octubre.

Quería escribir
novedad
y adaptación,
y todo esto
lo he descrito
cuando ha pasado
el Cercanías por tu barrio,
al oeste del Manzanares,
y he descarrilado
en la fantasía
de tenerte
conmigo
en el vagón,
camino a la capital,
leyendo juntos
filosofía,
escribiendo juntos
poesía,
planeando
viernes noche,
Malasaña
domingo,
la Gran Vía.

Ya no puedo escribir
lo que quería
porque
esta ciudad
ya no es novedad,
ni adaptación,
es la misma
rutina,
con distinto
paisaje.

Tengo más
parques,
y más
grandes,
con menos
olivos.
Cojo más
trenes,
menos
buses.
Veo más
gente,
menos
personas.

Y ya no puedo escribir sobre Madrid
porque Madrid sin ti es una oficina,

oficina
donde
el tiempo
corre
contra < el < reloj,
que > no > contrarreloj,

sino.

todo.

lo.

contrario.

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