Capítulo 2 - Héctor II




EL ARTE DE LA FUGA



II. Héctor (II)

Héctor removía el café mientras Séfora le miraba con media sonrisa y las manos entrelazadas sobre la mesa. Sus uñas, bien cuidadas, estaban esmaltadas en el mismo tono color piel del pantalón, dándolas una especie de falsa naturalidad. Estuvieron en silencio unos minutos, que no fueron tensos, ni largos, ni incómodos.

-¿Qué le pongo a la señorita? –Interrumpió el camarero.

-Té. Con limón y sin leche –Respondió inmutable-. Gracias. –Dijo sonriéndole.

Así que así es como se parece ganarse a la gente, pensó Héctor, como siempre, con esa mezcla de indiferencia y candidez.

Héctor trataba de sostenerle la mirada, pero siempre se perdía desviándose a los lunares de su escote.

-¿Qué hiciste con tu vida? Siempre pensé que estudiarías química para acabar en algún laboratorio clandestino fabricando drogas.

-Empecé el primer curso. -Séfora dio una sonora carcajada.

-Lo sabía, te conocía muy bien.

-Lo sé, lo sé -Murmuró Héctor- El caso es que acabé estudiando derecho.

-Abogado, ¿no? -Él asintió- No te sienta bien la jurisprudencia, tienes demasiado pálida la cara.

El camarero trajo el té y Séfora apartó sus manos de la mesa.

-¿Qué hiciste tú? Dejé de verte por el pueblo cuando acabaste bachillerato.

-Me fui a Madrid. La capital había sido mi sueño desde niña, y allí estudié el camino que tú, sin saberlo, me indicaste -Héctor arqueó la ceja, Séfora sonrió, removió la bolsita de té y le miró con los párpados caídos-. Filosofía.

-Todavía no comprendo qué te llevó de mí a estudiar éso. -Séfora se encogió de hombros reclinándose en la silla.

-Supongo que tu curiosidad... y tus ganas de experimentar. Te recuerdo muy atrevido en ese aspecto cuando tenías.. ¿qué tenías?¿dieciocho? -Rió- Sólo eras un mico sin la ESO ni trabajo; pero eras diferente a los otros ninis.

-Así que ahora eres filósofa...

-Éso es mucho suponer. Acabé la carrera, sí, pero el último curso fui ERASMUS en Inglaterra y mi vida dio unos cuantos giros inesperados, que, ya sabes, son los más interesantes. Hoy soy actriz, sobretodo de teatro, y bastante conocida en el extranjero, debo admitir.

-Siempre te ha pegado lo de actriz, aunque yo más bien te veía como poeta.

-No seas cruel. Espero que quemaras esa poesía absurda y barata que te escribí, es un ultraje al término. -Dio un pequeño sorbo de prueba al té, que pareció estar ya tibio, porque después dio uno más largo, con el que acabó media taza.

-Lo cierto es que no recuerdo donde la guardé, o si la tiré o qué. Perdí muchas cosas cuando me mudé con María.

-Vaya, sinceramente no creí que llegaseis a durar más de un año. Seguís juntos, supongo.

Héctor asintió con la cabeza y los ojos cerrados.

-Estamos casados, de hecho.

Séfora se atragantó mientras bebía, y, sorprendida, abrió los ojos de par en par. Héctor se puso nervioso, sus manos comenzaron a sudar y las escondió en su regazo. Quizá debía haberlo ocultado, pero tuvo el presentimiento de que esta noticia no le traería sino fortuna en la relación con Séfora que, en su imaginación, le había obsesionado por meses. Y creyó que fue así, porque ésta, muy sutilmente, cambió la perspectiva y el comportamiento.

-Disculpa. Vaya, qué sorpresa. Me decías que no creías en el matrimonio.

-Y así es. Supongo que me engañó para que nos casáramos.

-Mis felicitaciones de todos modos. Aunque tengo que admitir que ahora me siento un poco ofendida por no recibir una carta de invitación.

-Hubiese sido incómodo.

-Tienes razón.

-¿Y tú? ¿Estás casada, convives con alguien?

-Sí, bueno, ha habido movimiento estos últimos ocho años. -Bebió un ligero trago- ¿Te he dicho que ahora ando representando en el Coliseum? En Gran Vía. Estrenamos el viernes una nueva obra, ¿por qué no te pasas con María? -Héctor, sin pensarlo mucho, negó una vez con la cabeza y se preparó para rechazar la invitación.- No, no, insisto. Déjame invitarte a un palco, llevamos años sin vernos, después podrías pasarte... pasaros por la fiesta de estreno. Vino y champagne caro, canapés caros, decoración fastuosa... al dueño de la compañía le sobra y no escatima en gastos.

Héctor nunca había ido al teatro, y tampoco es que le entusiasmara la idea; sin efectos especiales aquello tendría que ser un coñazo de la ostia. Sin embargo, si que vaciló ante la idea de volver a verla, pues en caso de ir, iría sin María, por supuesto, encontraría alguna excusa fácil en relación al bufete y no tendría problemas, y si los hubiera, pues a la mierda, que los hubiera que ya los resolvería al día siguiente.

-Por favor -Insistió Séfora mordiéndose el labio y poniendo su mano sobre la de Héctor.

-Eres muy persuasiva. -Dijo éste mirándole la mano y siguiendo el recorrido por su brazo hasta sus labios, húmedos del roce con la lengua.

-Pues sé persuadido.

Héctor calló, mirándola unos momentos, y Séfora, sabiéndose vencedora, se apresuró a beber el último sorbo del té, ya casi frío, y sacó de su bolso una carpeta con entradas de palco. Extendió dos a Héctor, que no se percató de que ya faltaba una entrada en la numeración que le entregó y se levantó de la mesa.

-En ellas está la dirección concreta del teatro, el horario, los permisos y blablablá. -Enumeró mientras volvía a guardar la carpeta.- Por cierto, respecto a la vestimenta, -Sus ojos brillaron pícaros- puedes vestir como quieras, pero sería perfecto que vinieras con clase, camisa y americana, por supuesto, y olvida los vaqueros. María realmente puede venir como quiera. -Séfora cogió una servilleta y escribió su número de teléfono- Cualquier otra duda, contáctame a este número, pero por What's App o SMS, nunca me llames. -Héctor se extrañó de que no pudiera llamarla, pero Séfora, como si le hubiera leído la mente, se apresuró a excusarse- Podría estar ensayando, o durmiendo, tenemos horarios muy extraños los artistas, y aún ando con jet lag.

-Un placer haberte visto, Héctor. -Séfora extendió su mano- Espero volver a verte el viernes. -Él estrechó su mano y estuvo tentado de besársela, con la certeza de que el aura que Séfora desprendía lo estaba pidiendo a gritos, y, sin embargo, no lo hizo- Me parece que tú café lleva frío un rato -Rió.

Héctor miró su pequeña taza de café solo, que ya no desprendía humo y había sido olvidado desde el momento en el que Séfora hizo aparición. Quiso replicarla, pero cuando alzó la vista el rojo de su cabello oscilaba al otro lado del ventanal, cruzando la calle de la Princesa y perdiéndose hacia Plaza España.

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